Sin la recompensa que las patentes entregan a los innovadores en la forma exclusiva de explotación, difícilmente el mundo habría tenido vacunas disponibles en tiempos récord.

Terminada “oficialmente” la pandemia es procedente hacer corte de caja de innumerables temas, balance de decisiones, análisis de resultados y cálculo de daños directos y colaterales. Los sistemas de salud en el mundo entero fueron puestos a prueba, así como en otros ámbitos lo fueron los organismos internacionales, los marcos normativos, las políticas gubernamentales y desde luego el aporte de la Propiedad Intelectual como agente promotor de innovación.

Es posible que la discusión mundial sobre la producción, distribución y eficacia de las vacunas para prevenir el COVID 19, haya sido una de las más amplias y plurales sobre un tema de alcance mundial. Todos teníamos una opinión, a pesar de que pudieran agruparse en grandes bandos encontrados. En todo ese contexto, el sistema de patentes en lo individual, y de la Propiedad Intelectual en su conjunto, fue puesto a prueba y cuestionado como nunca antes.

Si bien la polémica sobre las patentes de los antivirales para VIH Sida en su momento fue blanco de toda clase de pronunciamientos, hasta llegar a las medidas extremas de su posible anulación por parte de los gobiernos de Brasil e India, la solución construida en la Declaración de Doha en el año 2001 dejó al sistema en un mejor punto que antes del conflicto.

Esta vez, con una amenaza que involucró al mundo entero y una urgencia extrema para contrarrestar la pandemia, el foro mundial de discusión que formaron las redes sociales construyó un escenario inédito. La mala imagen púbica de la que “gozan” los laboratorios farmacéuticos sin duda contribuyó a disparar críticas y cuestionamientos, tanto a la eficacia de las vacunas como a los intereses que impulsaban su desarrollo.

Una primera sombra de duda que infectaba la opinión pública, era la de los tiempos estimados en concluir algunos de los antídotos anunciados. Frente a los largos tiempos que suele agotar el diseño, las pruebas y la autorización de cualquier medicamento, anticipar contar con vacunas en un año parecía una apuesta mentirosa. La mayor parte de la población ignoraba que los bancos de patentes contenían ya un acervo basto de investigaciones sobre otras variantes del coronavirus, por lo que ajustarlas a esta nueva y mortal cepa requería de menos tiempo que otros casos de virus o bacterias desconocidos. Otra de las críticas que se dirigieron al asunto cuestionó severamente los mecanismos de distribución, señalándolos como discriminatorios e ineficaces. Los países ricos dispusieron de vacunas en forma rápida y abundante, mientras que países pobres tuvieron que esperar muchos meses para empezar sus campañas de vacunación. Además, los mecanismos internacionales para mejorar la distribución no arrojaron los resultados esperados. Obviamente, la Propiedad Intelectual no tiene nada que aportar en ese rubro.

Como parte del análisis, debe recordarse que cuando el mundo tomó conciencia de la enorme amenaza que la pandemia representaba, en marzo de 2020, más de 200 laboratorios en el mundo anunciaron el desarrollo de investigaciones para producir medicinas o vacunas. Al final, solo 7 u 8 alcanzaron resultados que demostraron seguridad y eficacia y se convirtieron en las vacunas que todos conocemos.

Sin la recompensa que las patentes entregan a los innovadores en la forma exclusiva de explotación, difícilmente el mundo habría tenido vacunas disponibles en tiempos récord. A la distancia, una sola pregunta podemos seguir formulando: ¿Qué escenario tendríamos hoy sin vacunas?

Dr. Mauricio Jalife Daher

Mayo 17, 2023