La innovación es el primer escalón en la generación de cadenas productivas, el punto de partida de empresas de base tecnológica y la divisa más importante para competir en el mundo.

Comentábamos la semana pasada en este mismo espacio el modesto desempeño de nuestro país en materia de innovación, de acuerdo al índice mundial de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual en su edición 2023, mostrando un descenso paulatino en los diversos indicadores.

En la parte interna dos datos son tan precisos como inmediatos para reflejar la situación imperante. El primero es la inversión en ciencia y tecnología, que en este sexenio no ha rebasado el medio punto del PIB, y el segundo es el número de solicitudes de patentes producidas por mexicanos. En este rubro, según el artículo de Esteban Rodríguez (Milenio, 19/10/23), 2022 es el año más bajo en presentaciones de los últimos 15, y el presente podría todavía contraerse más.

Mientras que en 2018, los mexicanos logramos la cifra récord de 3,881 solicitudes; el año pasado, la cifra se redujo hasta 2,560, que representa una contracción de casi 35%. No debe olvidarse que la generación de patentes obedece a trabajo intensivo de I+D que le antecede hasta por dos o tres años, por lo que una variable a considerar es la afectación que el periodo de pandemia puede estar reflejando en el presente. Aún así, los números tendrían que movernos a preguntarnos cuál es la razón de que una economía como la mexicana, posicionada entre las 15 más importantes del mundo, tenga este alarmante desempeño en innovación, y más aún cuando nos comparamos contra nuestros pares en otras latitudes, que siguen creciendo exponencialmente en producción de tecnología.

Es evidente que las estadísticas previas a la pandemia mostraban un crecimiento modesto pero sostenido de las patentes nacionales, que súbitamente modificaron la tendencia negativamente. Un análisis más cercano revela que algunos esfuerzos colaborativos de desarrollo de clusters y programas de impulso como los de Jalisco y Guanajuato siguen dando resultados, mientras que otras entidades -incluida la CDMX- se han desplomado en sus indicadores.

Otra variable que es necesario ponderar en el contexto es la influencia que el cambio de prioridades de la nueva ley de humanidades, ciencias, tecnologías e innovación ha impuesto, así como la renovada visión que el CONACYT ha impulsado en contra de los propios investigadores de instancias, tanto públicas como privadas. Más allá de posiciones ideológicas, la afectación del Sistema Nacional de Investigadores y de un ecosistema de innovación construido con tantas dificultades está pasando factura en los resultados.

El asunto no pasa por mostrar números que en sí mismos pudieran no tener mayor significado. Al contrario. Lo que no podemos soslayar es que la innovación es el primer escalón en la generación de cadenas productivas, el punto de partida de empresas de base tecnológica y la divisa más importante para competir en el mundo. Además, la tecnología adaptativa es la única herramienta que nos puede permitir resolver problemas mexicanos “a la mexicana”.

En este momento, la mirada del sistema tendría que enfocarse en empresas e inventores independientes. Encontrar las rutas adecuadas para que las nuevas ideas puedan acercarse al sistema que les brinda protección jurídica y mercado exclusivo. Recordar que una patente no es un fin sino solo un medio que permite reducir márgenes de incertidumbre, acercar capital de riesgo y desencadenar el verdadero potencial de la innovación.

Dr. Mauricio Jalife Daher

Octubre 25, 2023